Entrevista a una monja benedictina del monasterio de la Ascensión de Zamora

monasteriobenedictinasComo la Jerusalén bíblica nuestro monasterio aspira a ser una visión de paz, fruto colmado de la justicia y la caridad. La paz de Cristo no es una mera abstracción sino una vivencia entrañable entre hermanas, una paz que infunde todo el ser de la comunidad y quiere ser semilla de amor en el mundo.

Hacía tiempo que mi interés por conocer un monasterio benedictino iba creciendo. Sabía del papel que habían desempeñado los monjes en la creación  de Europa.  Y también que  hoy día siguen presentes en los cinco continentes. Me preguntaba  qué sentido tiene una comunidad de monjes y monjas en pleno siglo XXI.

Un día decidí acercarme al monasterio de monjas benedictinas que se encuentra en la ciudad de Zamora buscando respuesta a  mis interrogantes.
A dos kilómetros de Zamora, en la Carretera Fuentesaúco se encuentra el edificio del monasterio.
A la entrada se yergue un ciprés junto al portón que da acceso a una amplia entrada  que forma parte del entorno monacal.
Antes de acercarme a la puerta principal del monasterio  disfruto del paisaje silencioso y  exuberante de vegetación donde se deja sentir la “pax” benedictina.
A unos cuantos metros de la entrada principal se accede al edificio donde viven 17 monjas de todas las edades. Con una de ellas pude entablar conversación  en  la amplia y luminosa sala de   que dispone el monasterio para recibir a los   que se acercan.
P. ¿Cuándo decidió vivir este estilo de vida?
R. Comencé mi andadura monástica hace 30 años. Desde entonces, cada día me afianzo más en mi decisión, porque creo que sólo hubiera podido realizar mi aspiración de ser monja en el camino que ofrece San Benito para la búsqueda de Dios y convertirlo en alabanza a través de la celebración litúrgica.
P. ¿Cómo se decidió a ser monja?
R. Cuando conocí esta comunidad, desde el principio me cautivó su carisma. Sentí que Alguien me llamaba con fuerza. Ese Alguien es el que a lo largo de los años me ha ido reafirmando en mi opción y me ha mantenido en la alegría de vivir, tal como promete san Benito al joven que reflexiona acerca de su deseo de ingresar al monasterio: “¿Hay alguien que quiera vivir y desee pasar días prósperos” (RB. Pról.15). San Benito nos muestra un camino hacia la vida. Y ese camino es el que intentamos seguir las monjas de esta comunidad.
P. ¿Y siempre ha vivido en esta comunidad?
R.  Nosotras nos comprometemos  en nuestra profesión a vivir en el mismo monasterio y con la misma comunidad. Ello no impide que por cualquier circunstancia la comunidad se traslade de lugar.
P. ¿Cuándo tiene su origen esta comunidad?
R. Fue en el año 1961 cuando monjas de dos comunidades de la provincia de León: Sta. Mª de de Vega de la Serrana y de Sahagún  Campos se fusionaron para implantar aquí la vida monástica.
P. Se puede decir que acaban de  celebrar el 50 aniversario de vuestra presencia aquí en Zamora.
R. Sí, el 21 de junio  de este año de 2012 cerramos el  cincuentenario.
P. ¿Por qué eligieron esta ciudad?
R. Hacía más de un siglo que como consecuencia de la exclaustración había quedado suprimido el monasterio de los benedictinos de San Miguel,  aquí en Zamora. El deseo de la comunidad era el de reanudar la presencia benedictina en esta ciudad.
P. ¿Y desde entonces habitan este monasterio?
R. No, el primer edificio estaba situado en el antiguo cauce del río Valderaduey. Las edificaciones allí existentes fueron adaptadas a vivienda monástica. Luego se construyó la iglesia de nueva planta y una nave para las celdas y la imprenta.
P. ¿Cuál fue el motivo de trasladarse a este nuevo monasterio?
R. La edificación de los pisos en torno al mismo fue obstaculizando la independencia de la comunidad. Entonces se decidió trasladarse a un lugar fuera de la ciudad. Elegimos este, a dos kilómetros de la misma, donde se pudo construir el edificio de nueva planta, que viene a  ser un conjunto sencillo, aunque funcional y armonioso, lleno de luz, rodeado de la paz que proporciona vivir en pleno campo, lejos del ruido de la ciudad.
P. ¿Y cómo es la vida diaria en el monasterio?
R. Distribuimos el tiempo de nuestra jornada conforme a nuestro lema benedictino,  ora et labora. Aquí se ora, se estudia, se trabaja, se comparte fraternalmente la vida de comunidad, y se disfruta de nuestro tiempo de ocio. Toda la jornada tiene como centro la Eucaristía por la que crece y se fortifica la comunidad. Junto a ella el Oficio Divino, la liturgia bien celebrada, viene a ser nuestra primera tarea.
P. Cuál es la peculiaridad de la vida monástica, en concreto, de la benedictina.
R. Hay varios rasgos que la identifican. En primer lugar los monasterios benedictinos desde siempre han sido puntos de referencia por la celebración litúrgica. Se puede decir que la liturgia tiene un punto central en nuestra vida. Otro rasgo que nos caracteriza es el de la dedicación a la lectura orante de la Palabra de Dios en la Lectio Divina. Se dedica tiempo a escudriñar la Escritura, a dejarnos interpelar, enseñar, curar por la Palabra, a rezar la Palabra. Las monjas y monjes de San Benito nos despertamos ya con un salmo en los labios. El trabajo, otro valor fundamental de la vida monástica, tiene origen ya en el monacato primitivo. La fórmula ora et labora es el  lema que siempre se atribuyó a los benedictinos, que aunque San Benito nunca la dejó formulada, nace del sano equilibrio asociado a la idea que tenía de la vida en el monasterio. San Benito nos recuerda en su Regla que los apóstoles trabajaban con sus manos: “Son verdaderos monjes, cuando viven del trabajo de sus propias manos como nuestros Padres y los apóstoles”(RB 48,8). Aquí no se trata de pura ascesis, sino de intentar dar su justo valor a la creación. Otro  elemento esencial propio de la  vida monástica es el de la hospitalidad. Al que se acerca al monasterio se le acoge como al mismo Cristo. El monasterio es una casa abierta a todos, especialmente a los necesitados. En él se  ofrece un espacio para encontrarse consigo mismo, para alimentarse con el pan, tanto de la Palabra como el material, para redescubrir el valor del silencio, la oración, la gratuidad del intercambio y la dimensión litúrgica y comunitaria de la vida cristiana.
P. ¿Cómo se puede definir la vida monástica?
Decía un experto de la tradición monástica, Jean Leclercq, que la vida monástica es una forma de vida religiosa que no tiene fin secundario. El monje, la monja, se propone pura y simplemente, en su esencia y en todas las circunstancias, buscar a Dios y nada más. Una monja benedictina es una persona que encarna la vocación cristiana en su radicalidad.
P.  Vuestra vocación siempre tiene actualidad…
R. La palabra monje procede del griego “monos”, que quiere decir “uno solo”, el que tiene un solo fin en su vida: buscar a Dios. El monje/a debe realizar un camino que precisa tomar perspectiva, hacer silencio, acoger la soledad. Es llegar  a ser verdaderamente humano para ser verdaderamente cristiano. En este sentido es un camino al que aspira toda persona en cualquier época y lugar, aunque no siempre seamos conscientes de ello.
P. Entonces es un camino que puede seguir cualquiera.
R. Todos estamos llamados a recorrer este camino. La profundidad, la intimidad, la hospitalidad, la capacidad de amar gratuitamente, de abrirse a la Trascendencia está inscrita en cada persona. Buscar a Dios es buscar la vida. Los monjes/as tomamos en serio esta búsqueda, porque la búsqueda-encuentro de Dios es la búsqueda-encuentro del hombre.
P. Entiendo que es como si en la medida en que el monje/a es un verdadero cristiano y encarna la vocación primordial de todo hombre de hallar en Dios su plenitud y descanso, se convierte en espejo de la plena realización de todo ser humano.
R. Efectivamente. Cuando un grupo de admiradores del monacato de los primeros siglos del  cristianismo pide a Atanasio que les indique el camino para ser monje, éste les narra la vida de Antonio, a quien conoció personalmente. La “Vida de Antonio” es, pues, la primera regla monástica. Así, más que escribir normas, reflexiones o consejos, pone delante de los ojos de los monjes la existencia de un verdadero monje.
P. Y vosotras tenéis por modelo a san Benito.
R. En san Benito tenemos la imagen del buscador de Dios que fue él mismo. San Benito quiere  que el monje, la monja antes que monje sea cristiano. La vida monástica no es otra cosa que el propósito de unos cristianos de vivir íntegramente el Evangelio. Por lo tanto la fidelidad al Evangelio es la Regla primera de vida, y la fuente por excelencia que está en la base de nuestra vida monástica benedictina es la Regla que nos dejó escrita San Benito, que no sustituye al Evangelio, sino que lo toma como guía para que los monjes sigan a Jesús como cristianos y que a pesar de estar escrita en el siglo VI, no pierde actualidad.
P. ¿Cuál es el secreto de que esta norma de vida que dejó San Benito en su Regla perdure en el tiempo y sea válida también en  el siglo XXI?
R. El secreto reside en  estar marcada por el realismo; pisa tierra y conoce perfectamente los elementos humanos con  que cuenta.  Posee una gran pedagogía para llevar al fin que se propone, el seguimiento cada vez más fiel de Cristo. Y sobre todo sobresale por su moderación y su sentido de equilibrio. La regla benedictina preconiza una excelente armonía entre una gama de valores  que nuestra sociedad, con su fuerte industrialización y tecnificación, está en vías de perder. La regla benedictina ofrece valores que el hombre necesita si no quiere deshumanizarse. El silencio, por ejemplo, es necesario, no sólo para escuchar la voz de Dios, sino también para escuchar a los demás y a sí mismo. El descanso es necesario no sólo para gozar de buena salud sino también para disponer de tiempo que dedicar a las actividades del espíritu. La libertad, que no es hacer lo que se nos antoja, sino realizarse dentro de unos cauces justos con sentido de responsabilidad. La vida familiar, donde todo es común a todos, y donde cada uno recibe según sus necesidades reales, no ficticias, muy corrientes en nuestra sociedad, marcada por el consumismo. Son algunos de los valores que en la RB se consideran como  básicos, no sólo para los monjes/as, sino para muchas personas seglares que quieren descubrir en ella pistas, valores y enfoques para vivificar y dinamizar la vida cristiana y ahondar en su experiencia de Dios.
P. ¿Son muchas las personas que optan por la vida monástica?
R. Dada la actual sociedad en la que impera una cultura individualista y carente de valores, no son muchos los que llegan a descubrir la riqueza que encierra la vida monástica. En nuestra sociedad no es corriente que se formulen preguntas profundas, a causa del bombardeo de información a la que está sometida. En un mundo de continuo cambio, una joven tiene dificultad en elegir y pensar en una opción definitiva.
P. Sin embargo, parece que sigue habiendo jóvenes que se deciden a seguir a Cristo en la vida monástica. ¿A qué se comprometen?
R. Responder a una vocación así significa decidirse a poner en juego toda la existencia, la única que tenemos, de una forma determinada. Ahora bien, siempre hay algunas personas que se sienten llamadas a seguir a Cristo de manera radical y que llegan a entender que seguirle  a Él es vivificante y humanizante,  y lo único que importa.
P. ¿Qué obstáculos puede encontrar hoy una joven que se decide a optar por esta vida?
R. A la juventud, de por sí, le atrae la aventura. Se suele entender la vida como un reto a superar. Pero normalmente se tiene una idea equivocada de lo que es la verdadera vida. A la fe se la considera como enemiga de la vida.  La juventud se apoya en su libertad como máxima referencia. Sin embargo, no se da cuenta de que la libertad se ve ahogada por el  ambiente, el relativismo moral o la literatura fácil. A esto se añade la tremenda ignorancia religiosa que hay, aun entre universitarios. Hoy se vive, sin darse cuenta, arrastrados por una extensa gama  de propuestas a las que es difícil renunciar.
P. Entonces, la crisis cultural en que vivimos ¿ha cambiado la visión y los intereses de los jóvenes?
R. La rapidez de los cambios que vivimos sólo consiente compromisos puntuales, no sólo para la vida religiosa sino en todos los ámbitos de la vida. Esta realidad no permite profundizar, no hay tiempo para ello. Se apuesta por la fuerza del hombre en vez de hacerlo sobre la fe en Dios. El resultado es el individualismo, el relativismo y la secularización radical de la sociedad, la falta de raíces claras, tanto religiosas como culturales, el nuevo paganismo de tantas personas que son indiferentes, agnósticas, desinteresadas de todo lo que no sea placentero e inmediato. Hoy todo se vuelve móvil, inseguro,  conduce a la inestabilidad de la persona, la hace superficial, lógicamente frágil y vulnerable, prolongando  su  inmadurez. La persona se resigna al “todo el mundo lo hace así”, “hoy es así” y al no hay nada más allá del “instante fugaz”.
P. En este sentido, vuestra vida de estabilidad también tiene mucho que decir a la sociedad actual.
Nuestra cultura, como digo, no desea otra cosa que vivir de inmediato y, en lo posible, en las condiciones más favorables. Esta forma de vivir no satisface el anhelo del hombre. Quizá el encuentro con la estabilidad que marca san Benito puede ser un remedio para quienes no se sienten a gusto con esta vida agitada en que vivimos, ya que la estabilidad es algo más que permanecer en un mismo lugar. Es sobretodo mantenerse firme en lo que verdaderamente tiene sentido  para poder vivir realmente.
P. Todo esto significa que el momento histórico que vivimos sea del todo negativo.
R. De ninguna manera. Esta situación está animando a muchas personas a encontrarse con lo diferente. En el ámbito religioso, en concreto en nuestra vida monástica, surgen vocaciones  de jóvenes más entregadas, que nacen de fuertes convicciones personales.
P. Para terminar, ¿me podría resumir ¿qué tiene que decir san Benito a la sociedad actual? ¿Qué respuesta podríais dar los monjes y las monjas benedictinos a las preguntas  que nos plateamos en nuestra época?
Se podría decir que nuestra sociedad multicultural y la movilidad de nuestro tiempo tiene una similitud a la época movida del siglo VI que le tocó vivir a san Benito. Benito creó un lugar de  paz y esperanza en medio de los desórdenes de su tiempo. Y esa paz se iba irradiando. De él podemos aprender que también hoy día se puede crear una cultura de vida cristiana que como la levadura, ejerza su influjo en nuestra sociedad.
P. Después de esta conversación he llegado a la convicción de que los monasterios siguen siendo necesarios en nuestro tiempo.
R. Los monasterios siempre estarán ahí. Ahora son necesarios para la nueva evangelización. Con nuestra vida desearíamos  recordar al mundo lo que es esencial, intentando ofrecer una pedagogía clara de acercamiento a Dios, pero sobre todo, orando por el hombre y la mujer del siglo XXI.

Acerca de deberesparahoy

En la actualidad la gente sólo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos. Gandhi.
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